Cuando leí el libro de bell hooks Enseñar a transgredir. La educación como práctica de la libertda«, me sentí identificado con su postura respecto al paradigma científico que predomina en el ámbito académico superior. La autora, cuyo nombre real es Gloria Jean Watkins, decide firmar como bell hooks en homenaje al nombre de su abuela para evitar el ego y el narcisismo propio de muchos autores. Como ella dice: “lo más importante es lo que digo en mis libros, no quién soy”. Igualmente, es una forma de dar prioridad a un nombre de mujer, en contra de la tradición de dar más visibilidad al primer apellido, habitualmente tomado del padre. Por último, escribir en minúsculas es también una transgresión a las rígidas normas de la Academia a la hora de firmar artículos y publicaciones.
Pero, además, en sus libros se puede ver como también huye del lenguaje, tono y las formas propias que dictan las normas formales academicistas. A pesar de haberse movido dentro de la Academia gran parte de su vida (ha trabajado para las universidades de California, San Francisco, Yale y Nueva York), prioriza por un estilo de publicación divulgativo dirigido a que cualquier persona pueda comprender sus textos: «deseo ser inclusiva, llegar a todos los lectores y lectoras posibles en los más diversos lugares». Como a ella, a mi también me gusta escribir de forma divulgativa sin necesidad de cumplir con todos los requisitos formales que dicta la academia (para mí es es bastante fácil, ya que me muevo principalmente fuera de ella, me temo que no tengo tanto mérito). Para bell hooks los estilos de redacción y las formas de publicación son también una opción política que no están libres de ideología. Según dice:
Si no podemos contarlo en torno a una mesa, a gentes que no han olido ni de lejos la educación superior, no es la teoría que necesitamos […] una teoría que no se pueda compartir en la conversación cotidiana no se puede utilizar para educar al público.
bell hooks
La idea de que la ciencia en el contexto académico se ha constituido como un ámbito alejado de la ciudadanía también es reconocido por otros científicos como James Lovelock, que en su libro Las edades de Gaía, nos dice: «Al contrario que otras actividades intelectuales, la ciencia nunca se hace en casa. La ciencia moderna se ha convertido en algo tan profesional como la industria publicitaria. Y, como la industria, se basa en una técnica cara y exquisitamente refinada. No hay sitio para el aficionado en la ciencia moderna. […] La ciencia se diferencia a otras actividades por su falta de colaboración con individuos independientes«.
Al fin y al cabo, en el campo científico como en cualquier otro, algunas personas buscan destacar y se dan luchas de poder. O, en palabras del sociólogo Pierre Bordieu: El campo científico es un campo social como cualquier otro, con sus relaciones de fuerza y sus monopolios, sus luchas y estrategias, sus intereses y ganancias (Bordieu, 1976). En el mismo sentido, Hagstrom (1965) nos dice que la motivación primera del científico es la notoriedad.
¿Podrían estas críticas ir en contra de la propia ciencia? No lo creo. En todo caso, iría en contra del cientifismo positivista y del instruccionismo intelectualista. El cientifismo o cientificismo es una postura reduccionista que afirma la idea de que la ciencia empírica constituye la cosmovisión más acreditada o la parte más valiosa del conocimiento humano con la exclusión de otros puntos de vista. Implica la suposición de que la ciencia puede servir de guía para enfrentarse a todos los problemas de la vida.
Sobre el positivismo, tal y como nos comentan Carlos Díaz y Félix García en su «Ensayo de pedagogía utópica»: … parcela la realidad, la reduce a zonas separadas que no mantienen ninguna relación entre sí, de tal forma que se incapacita para reconocer las interrelaciones que influyen en el desarrollo de los acontecimientos; su análisis de la realidad será, por tanto, incompleto, parcial, sin reconocer la complejidad de las causas y problemas que influyen en una situación dada.
Tzvetan Todorov, en un ensayo sobre el tema, escribe que el cientifismo, aunque se apoya en la ciencia, no es en sí mismo científico, sino que pertenece a la familia de las religiones:
El cientificismo descansa sobre la existencia de la ciencia, pero no es en sí mismo científico. Su postulado de partida, la transparencia íntegra de lo real, es improbable; y lo mismo ocurre con su punto de llegada, la fabricación de los fines últimos por el propio proceso de conocimiento. Tanto en la base como en la cima, el cientificismo exige un acto de fe («La fe tiene razón», decía Renán); por ello no pertenece a la familia de las ciencias, sino a la de las religiones.
Para el filosofo, sociólogo y Doctor Honoris Causa Edgar Morían, en su obra «El método», en concreto el tomo 4, sobre el mundo de las ideas, el científicismo se ha podido constituir como una especie de ideología-religión: la ideología cientificista se ha constituido como sistema a la vez racionalizador e idealista que ha suscitado en sí la aglutinación de los mitos de la Certeza, la Razón, el Progreso; de este modo, la ciencia ha querido atribuirse la misión providencial de guiar a la humanidad hacía la salvación terrenal. Y es en esas condiciones cuando la palabra Razón se vuelve irracional, y la palabra Ciencia anticientífica (Morin, 1992).
Y, para Gimeno Sacristán, en «Poderes inestables en educación», la ciencia en la modernidad ha podido pecar de prepotente por considerarse la nueva teología (1998).
Por su parte, el Instruccionismo intelectualista, tal y como lo entendía mi amigo José Domínguez en La renovación pedagógica: del instruccionismo intelectualista al holismo educativo, supone una concepción reduccionista de la ciencia que prima el currículo y sus formas rígidas sobre los educandos (sin tener en cuenta ni partir de sus necesidades, su realidad, su protagonismo…), frente al holismo educativo (que supone la primacía del educando sobre el currículo y los demás componentes de los sistemas educativos).
Me gustaría pensar que «lo científico» tiene más que ver con un método que podamos seguir todas las personas en nuestras experiencias y procesos educativos. Un método que tenga que ver con investigar, contrastar, cuestionar, no conformarse, así como ejercer la crítica (y sobre todo la autocrítica). Como dice el científico Jorge Wagensberg en «Solo tenemos un planeta. Sobre la armonía de los humanos con la naturaleza» (un libro divulgativo muy breve pero muy interesante): El método científico existe y es único (aunque puedan existir diferentes metodologías). Consiste en respetar tres principios: objetividad (de las distintas formas de observar la realidad, se opta por la que menos afecta al observador y a lo observado), inteligilibad (la hipótesis de trabajo es resolver misterios, a diferencia de la religión), y dialéctica (la verdad científica no puede ser inmune a lo que ocurra en la realidad).
La capacidad de dudar de si mismo, de autocrítica y de humildad que creo debe acompañar a toda persona que trabaje desde el ámbito científico y preocupada por usar métodos científicos, es expresada de forma genial por el físico Jorge Wagensberg en un aforismo en su publicación A» más cómo, menos por qué»: El primer gesto de higiene de un científico, antes de levantarse por la mañana, es reírse de su maestro. El último gesto de higiene de un científico, antes de acostarse, es reírse de sí mismo.
En ocasiones, en mis publicaciones, me han tachado de ser poco formal (no lo considero un problema, puesto que es mi intención). Si reducimos la validez de un texto a la forma en lugar de al contenido, podemos caer en el riesgo de dar más valor a la apariencia que al fondo (aun siendo las dos cosas importantes y, sobre todo, pudiendo ser compatibles). El daño colateral (¿intencional a veces?) es que las normas rígidas en los contextos académicos actúan como una forma de control y de resistencia al cambio. Es decir, un grupo de personas con un determinado rango de poder decide qué vale o no, que se publica o se descarta, qué es «ciencia» y qué no lo es. Al fin y al cabo, cualquier cambio de paradigma predominante, forma diferente de conocimiento, avance o renovación; implica cierto riesgo de desestabilización de las estructuras clásicas relacionadas con los campos del conocimiento tradicionales. En palabras de Morín, una revolución paradigmática ataca evidencias enormes, lesiona intereses enormes, suscita resistencias enormes […] La revolución paradigmática no sólo amenaza a los conceptos, las ideas, sino también al status, el prestigio, la carrera de todos aquellos que vivían material y psíquicamente de la creencia establecida (Morín, E., 1992).
Por supuesto, creo que debe haber mecanismos de supervisión y control para evitar el peligro de dar validez científica a cualquier cosa. Pero, a menudo, lo que se enseña es a reproducir un modelo en lugar de cuestionarlo, negando la posibilidad de evolucionar. A veces tengo la impresión de que esto puede esconder cierto miedo a ceder un estatus, y perder el poder que han alcanzado algunas personas en la jerarquía académica. Esta tendencia a la reproducción de los esquemas academicistas es recogida también por Edgar Morían en la obra antes citada: al asegurar que el imprinting y la normalización aseguran la invarianza de las estructuras que organizan el conocimiento, las cuales, rotativamente, aseguran el imprinting y la normalización. De este modo, la perpetuación de los modos de conocimiento y las verdades establecidas obedece a procesos culturales de reproducción: una cultura produce modos de conocimiento en los hombres de esa cultura, los cuales, con su modo de conocimiento, reproducen la cultura que produce esos modos de conocimiento. Las creencias que se imponen se ven fortificadas por la fe que han suscitado. De este modo se reproducen no sólo los conocimientos, sino las estructuras y modos que determinan la invarianza de los conocimientos.
Pero pienso que la ciencia no debe ser solo propiedad de los que se como reconocen científicos, sino que pertenece a cualquiera que siga el método mencionado. Si convertimos la ciencia en algo en el que sólo unas pocas personas dicen cómo deben ser las cosas y el resto lo creemos o lo aceptamos sin cuestionarlo, haríamos de la ciencia una especie de religión. Esta idea también la recoge el pensador Doctor en Filosofía, pedagogo e historiador, Ivan Illich, que en Convivencialidad nos dice de forma más incisiva: «…la ciencia se guarda de alguna manera incluso más celosa mediante una inquisición autoimpuesta basada en la revisión de colegas. Esta institutriz bienintencionada pero de mente estrecha se asegura de que los científicos trabajen de acuerdo con el criterio convencional y no en la medida que la curiosidad o la inspiración los motiva. Faltos de libertad se encuentran en peligro de sucumbir al examen de trivialidades o de convertirse, como los teólogos medievales, en criaturas del dogma«.
En algunas revistas de supuesto carácter científico, al priorizar por cuestiones de forma sin poner el mismo interés en el contenido, ya se han colado artículos falsos o cuyos contenidos carecen de rigor científico. Son muchos los ejemplos en los últimos años: el caso de Helen Pluckrose, James A. Lindsay y Peter Boghossian, el Escándalo Sokal, el caso del biólogo de Harvard John Bohannon… superando el centenar de artículos que han sido un fraude en algunas revistas. Desde el portal a Retraction Watch se puede comprobar como cada día se retractan numerosos artículos por todo el mundo. Estudiando que tienen en común estos casos, parece relativamente fácil «hackear» muchos de los sistemas de valoración «científica» de algunas revistas. Por un lado, se pasan muchos filtros inicialmente simplemente cumpliendo con los formatos oficiales a la hora de mencionar referencias bibliográficas, citando a otros autores, respetando la estructura, extensión y formatos de texto… Por otro lado, usando una jerga abstracta difícil de comprender. A menudo, las personas que quieren constituirse en expertos en un determinado tema, usan tecnicismos, un lenguaje críptico o inventan sus propios conceptos que dificultan la comprensión del texto (y, por tanto, difícilmente se podrá valorar su contenido). Además, esto da la apariencia de contar con un gran conocimiento que no está al alcance de cualquiera, sobre todo si el autor ya goza de cierto prestigio. En la publicación «Educación y Ecología. El Curriculum oculto antiecológico en los libros de texto» de Ecologistas en Acción van más allá en esta crítica y sus autoras/es nos dicen: Cuando algunas disciplinas dudan de su propio estatus científico, se esconden tras un abigarrado lenguaje para mostrar su objetividad. En una revisión entre pares, incluso con una lectura comprehensiva, quien lo revisa podría no entender esa jerga, y podría sentir vergüenza o mostrar inseguridad al no comprender todo el texto o tener miedo de cuestionar esos contenidos. Por último, se suelen incluir una extensa lista de referencias bibliográficas que da la apariencia de que el autor del artículo ha investigado, leído ampliamente, contrastado, consultado numerosas fuentes… Y no me cabe duda que en muchos casos será así, pero he podido comprobar de primera mano como en algunas ocasiones esa bibliografía luego no se cita en el texto, no se han consultado todas las fuentes mencionadas o simplemente se han cortado y copiado bibliografías de un trabajo a otro.
Y, por el contrario, también he visto casos en los que se han descartado grandes publicaciones con contenido de enorme de interés y relevancia científica por no cumplir con los formalismos. O, incluso, por ir en contra de la línea ideológica de una determinada revista (¿cómo puede ser esto un motivo científico?). Lo he vivido de primera mano con mi amigo Pepe Domínguez, una de las mentes más brillantes y con más conocimiento en el ámbito educativo que he conocido, Doctor en Ciencias de la Educación y autor de numerosos libros y publicaciones. Acompañando a mi amigo Pepe en la presentación telemática de muchos de sus artículos a diferentes revistas científicas (a sus más de 80 años seguía con una incesante actividad intelectual y escritora), he podido leer las respuestas de algunas revistas con algunos de los motivos de rechazo, como no haber citado según la correspondiente norma APA de turno alguna referencia bibliográfica durante el texto (sin ni siquiera aclarar a cual hacen referencia o en qué parte del texto aparece) o, incluso, por no compartir por parte de la persona revisora algunos de los postulados mencionados en el texto (siendo, en el ejemplo en cuestión, una descripción histórica de hechos). También pude comprobar la diferencia de criterios entre revistas de un mismo cuartil en los índices de impacto, habiendo artículos que siendo rechazados en una revista, fueron aceptados en otras.
Aunque puedan suponer una minoría de casos y, por lo general, podemos fiarnos de la mayoría de revistas científicas, estos y muchos otros ejemplos son suficientes para hacernos reflexionar. Como nos dice Nel Postman, profesor universitario y presidente del Departamento de Cultura y Comunicación de la Universidad de Nueva York, en El fin de la educación. Una nueva definición del valor de la escuela: «Los educandos deben reconstruir el conocimiento científico como un pensamiento crítico que rechaza todos los dogmatismos; asimilar las ciencias como la progresiva corrección de las equivocaciones y errores humanos y el método científico como un método destinado a corregir errores, eliminando el modelo hegemónico del alumnos como muñeco de ventrílocuo y preparando a los alumnos para participar en la Gran Conversación» que es la ciencia«.
Otro aspecto en el que en nombre de la ciencia se le resta el enorme valor que tiene, en ocasiones, esta derivado de la experiencia personal como base para construcción teórica y como parte del método científico. A menudo, las personas que teorizan sobre diferentes temas, no son practicantes o carecen de una experiencia continuada sobre un campo de estudio determinado (o la han tenido pero han dejado de tenerla hace mucho tiempo). Incluso siendo grandes investigadores, muchas veces no se mueven sobre la realidad que teorizan. Pudiera no ser necesario en muchos casos, pero conlleva el consecuente riesgo de separación entre teoría y práctica. Aquí también bel hooks es incisiva al criticar esta separación entre teoría y práctica al afirmar que supone una «práctica narcisista y autocomplaciente que lo que busca ante todo es crear una brecha entre teoría y práctica para perpetuar el elitismo de clase«. Sin embargo, los testimonios de las personas que tenemos experiencia en primera persona en los ámbitos en los que somos profesionales, tenemos también un alto grado de conocimiento sobre una realidad que podemos describir, teorizar y, sobre todo en la que debemos intervenir.
El último aspecto que quiero mencionar tiene que ver con la hiper-especialización que se da en algunos ámbitos académicos y científicos. Según las autoras de La crisis ecosocial en clave educativa: guía didáctica para una nueva cultura de paz, editada por FUHEM CIP-Ecosocial:
«Durante la Modernidad, la ciencia se constituyó en el supuesto de que el pensador puede sustraerse del mundo y contemplarlo como algo independiente de sí mismo, siendo el conocimiento generado absolutamente objetivo y, supuestamente, neutral y universal. La revolución científica condujo a conceptuar la naturaleza como una enorme maquinaria que podía ser diseccionada y estudiada en partes. La naturaleza pasaba así a ser considerada un autómata sujeto a unas leyes matemáticas eternas e inmutables que determinan su futuro y explican su pasado. En la actualidad sabemos que este modelo diseccionador, que resulta muy útil para aplicar en la industria, ha resultado enormemente dañino para la vida sobre la Tierra. En un ecosistema, vegetales, animales y microorganismos cooperan intensamente y, por ello, no puede ser comprendido estudiando cada parte por separado».
No pretendo descalificar la especialización de muchos profesionales, ya que sólo desde un conocimiento especializado se ha podido profundizar y avanzar en muchos ámbitos del saber. Pero sí creo que esta especialización no debe parcelar de forma atomizada el conocimiento, que siempre estará dentro de una realidad compleja más global. A veces he visto como grandes especialistas analizan la realidad desde su prisma, con las fronteras que marca su especialización, simplificando una realidad más compleja y acotando un ámbito que requiere de muchas más lecturas. En lugar de ubicar su especialidad en un contexto mayor. Como nos dicen las autoras/es de «Educación y Ecología. El Curriculum oculto antiecológico en los libros de texto» de Ecologistas en Acción: … el paradigma científico que se presenta a a los alumnos como el único e indiscutible, tiene mayoritariamente un corte mecanicista, reduccionista y analítico. Este modelo se basa en la idea de diseccionar la realidad en partes para su estudio, sin que ello implique una posterior recomposición integradora del todo. Este paradigma explica la realidad de un modo lineal, en términos de relaciones unidireccionales causa-efecto.
Esta visión mecanicista de la tradición científica también es criticada por el Doctor en física Fritjof Capra, que en su ublicación «El Tao de la Física» se muestra crítico con sus colegas (y que podemos extrapolar a otros ámbitos de conocimiento): … la mayor parte de los físicos de hoy no parecen darse cuenta de las implicaciones filosóficas, culturales y espirituales de sus teorías. Muchos de ellos apoyan activamente a una sociedad todavía basada en la visión mecanicista y fragmentada del mundo, sin darse cuenta que la ciencia está señalando más allá de dicho concepto, está señalando hacia la unidad del universo, que incluye no sólo nuestro medio ambiente natural, sino también a nuestros congéneres, los seres humanos. Creo que la visión del mundo implícita en la física moderna es incongruente con la sociedad actual, que no refleja la armónica interrelación que observamos en la naturaleza (Capra, F. 1975).
El psicólogo social Moscovici también crítica el riesgo de la hiper-especialización cuando ésta supone limitaciones para inhibir nuevas ideas, sobre todo si están en desacuerdo con las fronteras de una determinada especialización: a menudo, se constata que los descubrimientos importantes han sido hechos por individuos que no pertenecen a la rama especializada que han renovado o que no sabían que, según las opiniones autorizadas, eran imposibles (Moscovici, 1966). En este sentido, por citar algunos ejemplos de personajes que revolucionaron diferentes campos de la ciencia y haberse convertido en algunos de los científicos o personajes más influyentes en su campo, podemos encontrar a personajes como Michael Faraday (obsesionado físico autodidacta), June Almeida (la viróloga que descubrió los coronavirus no pudo costear sus estudios universitarios y fue ignorada y rechazada por su colegas), Évariste Galois (matemático considerado el padre del álgebra moderna fue rechazado varias veces en la universidad por no superar las pruebas de acceso), Steve Jobs o Bill Gates (ambos abandonaron la universidad tempranamente)…
Por su parte, el pedagogo Jurjo Torrés Santomé, en su libro «Globalización e interdisciplinariedad: el curriculum integrado», también crítica la especialización cuando esta supone una compartimentación del saber y una desconexión de las disciplinas frente a la sociedad global que las incluye:
Los actuales avances metodológicos y el desarrollo de las técnicas de análisis, así como la profusión de estructuras conceptuales, facilitan la creación de conocimiento, al tiempo que simultáneamente tienden a reducirse temáticamente de una manera importante los ámbitos de trabajo y de especialización de cada investigador o investigadora. En este momento nos encontramos con el riesgo de perder visiones de conjunto, debido a la excesiva compartimentación de las parcelas del saber en una espiral babélica, así como a las innumerables jergas específicas, un tanto oscurantistas, de cada una de ellas. Una consecuencia de ello es la reducción del flujo de información entre las personas dedicadas a la investigación en distintas disciplinas y subdisciplinas, así como entre las comunidades científicas y el resto de la sociedad (Torres Santomé, J. 1998).
Y según Gimeno Sacristán, otro pedagogo, la fragmentación del conocimiento quita al intelectual el papel de visionario del todo, para ser especialista de las partes en que se ha fragmentado el saber. Le invalida como guía en procesos complejos (1998).
En el ámbito pedagógico, la falta de integración entre disciplinas también ha sido crítica por muchas personas expertas (Hernández y Sancho, 1989; Gimeno y Pérez, 1994; Torres Santomé, 1994, etc.). Rafael Yus Ramos, Doctor en ciencias y coordinador del centro de profesores de la Axarquía, comparte algunos rasgos en común de las críticas de éstos autores en su libro «Educación integral: una educación holística para el siglo XXI:
- EI descuido o ignorancia en la aplicación del conocimiento de la problemática específica de su medio socio-natural, convirtiendo el conocimiento escolar en algo inútil para el entendimiento del mundo, en favor de un conocimiento abstracto y no funcional.
- La imposibilidad de desarrollar proyectos interdisciplinares, que exijan una estructura curricular holística y coherente, al competir con la estructura de la disciplina.
- La incapacitación del alumnado para realizar una síntesis del conocimiento sucesivamente parcelado, entrecortado en el tiempo y digerido, impidiendo la comprensión de los nexos entre los contenidos y la posibilidad de indagación y análisis crítico.
- La desmotivación del alumnado, al no prestar atención a sus intereses, obstaculizarle para realizar preguntas más relevantes para su vida, no estimulando la actividad crítica ni la curiosidad, al centrarse la actividad en el papel del profesorado.
- AI partir de la disciplina como algo incuestionable, refuerza las relaciones jerárquicas en la educación, tanto entre el profesorado y los centros de decisión centralizados, como entre eI alumnado y el profesorado, lo que trae consigo una falta de autonomía.
- El desequilibrio del conocimiento escolar en favor de los conocimientos científicos y su tratamiento disciplinar abstracto, da prioridad a los individuos académicamente bien adaptados, ignorando los estilos cognitivos, capacidades e intereses personales de otros.
Por otro lado, debemos reconocer el sesgo productivista que la especialización tiene en la era capitalista actual. La especialización que, cada vez de forma más temprana, se exige en los contextos académicos es relevante desde el punto de vista de la eficiencia de la producción. Por eso, pienso que toda especialización debe subordinarse de forma humilde al contexto global donde se incluye, así como reconocer y dar el mismo valor a las diferentes conexiones que se establecen con otros ámbitos del conocimiento. Desde una visión holística de la ciencia, y desde teorías de enorme influencia científica en la actualidad, como la teoría de la complejidad, se da importancia a combinar las diferentes ciencias para comprender la realidad. No se trata de saber de todo, si no más bien «del todo», sabiendo además relacionar las partes.
Espero no ser malinterpretado por personas dentro del ámbito académico y/o científico que vean estas reflexiones como un ataque. Se trata de fomentar un pensamiento crítico y una diversidad de ideas
que impidan una única forma de pensar sin cuestionar los paradigmas de la sociedad actual. Tampoco me gustaría que estas críticas sean bien acogidas por personas negacionistas de las muchas teorías científicas con suficiente evidencia y/o individuos que tengan creencias pseudocientíficas. Debo insistir en que no realizo una critica a la propia ciencia. Más bien al contrario. Por un lado, es un llamamiento a una mayor rigurosidad y coherencia. Y, al mismo tiempo, aceptar la posibilidad de que en cualquier proceso educativo todas las personas podemos apostar por el método científico.