A menudo, en los diversos movimientos y foros sobre educación a los que pertenezco o asisto, escucho a muchas personas educadoras comentarios relacionados con la soledad y la frustración de trabajar desde planteamientos alternativos. Algunos de los comentarios más comúnmente repetidos son: «soy la persona rara de mi centro», «tengo conflictos con el equipo directivo y el resto de profesorado», «la presión de las familias es muy fuerte», «tengo miedo de la inspección»… Seguro que os sentís identificad@s con afirmaciones de este tipo.
Y es que podría parecer que el precio de la coherencia con nuestra pedagogía alternativa es tan elevado que a veces pudiera no merecer la pena (para nuestra salud mental y física). A veces nos sentimos cansad@s y frustrad@s, nuestro día a día se convierte en una lucha continúa y a veces dudamos de si no sería más fácil sumarnos a la corriente hegemónica… Pero no, no creo que fuese más fácil:
- Todo el profesorado, independientemente de si lleva a cabo o no un proyecto alternativo de educación, siente la presión de terminar unas programaciones imposibles.
- Los continuos cambios legislativos someten al profesorado a permanentes cambios de objetivos, programaciones, criterios de evaluación, organización en los centros…
- Las familias son tan heterogéneas y tienen expectativas tan diversas de nuestra labor educativa que aunque llevemos a cabo una enseñanza tradicional es fácil que surjan conflictos con algunos padres y madres.
- Las diferencias y conflictos con el equipo directivo y otr@s compañer@s seguirán estando presentes porque un centro escolar supone un gran espacio para la convivencia. Nuestra forma de educar es sólo un aspecto más de dicha convivencia. El establecimiento de horarios, el reparto de responsabilidades y relevos en los cargos directivos, la falta de comunicación y coordinación… son sólo algunos ejemplos de otros aspectos que pueden enfrentar a un equipo.
Por tanto, renunciar a nuestros principios pedagógicos, además de no mejorar en absoluto nuestra situación, nos dejaría en un estado personal peor al saber que estamos renunciando día a día a dar lo mejor de nosotr@s mism@s. Y, aunque siempre nos quedará la tranquilidad de dormir sabiendo que hemos hecho lo correcto, sobre todo no se nos debe olvidar lo más importante: trabajamos con personas. Por supuesto debemos buscar la complicidad del profesorado, implicar a las familias, construir un proyecto de centro global e integrador… pero nuestra práctica pedagógica se desarrolla día a día con el grupo de chicos y chicas, y es a ell@s a quien nos debemos principalmente. Eso justifica de sobra la calidad de nuestra intervención y hace legítimos nuestros planteamientos alternativos por muy sol@s que nos sintamos y aunque nos genere conflictos con otro@s compañer@s.
Sabemos además que funciona. La mayoría de nosotr@s recordamos a algún profesor/a que nos cambió la vida. Por mucho que hayamos pasado por cientos de profesores convencionales, basta un/a únic@ maestr@ «raro» para transformar la mentalidad de una persona y contribuir a crear sujetos críticos. Creo que además debemos sentirnos afortunad@s, este poder es algo que sólo se da en la educación, en ningún otro ámbito o profesión podemos ser tan importantes.