Como ya viene siendo habitual para mí, aprovecho este espacio de reflexión personal para realizar un análisis crítico tras las pasadas elecciones. En este caso, hace tan sólo unas semanas que se han celebrado las elecciones a la Asamblea de la Comunidad de Madrid. Una vez pasada la resaca electoral, quisiera aprovechar para compartir algunas reflexiones desde la calma y realizar un análisis crítico más pausado de lo que nos hemos podido acostumbrar a ver en los medios de comunicación y las redes sociales.
Creo que es necesario pararse a pensar y reflexionar por nosotr@s mism@s, cuestionando la posible influencia a la que hemos podido estar expuest@s a través de un bombardeo mediático simplista, populista y polarizador por parte de los medios de comunicación. Complementado, además, con el filtro burbuja de las redes sociales que crean cámaras de eco y cuyos algoritmos dan más visibilidad a los discursos de odio. ¿Hasta qué punto lo que pensamos es fruto de nuestro propio análisis crítico? ¿Nos hemos podido ver influenciad@s por un determinado clima, antes y durante la campaña electoral? Pienso que toda crítica, empieza antes por la autocrítica.
En el título del artículo he querido priorizar por resaltar las posibilidades de transformación social que tenemos la ciudadanía, mas allá de votar cada 4 años (o cada dos, como en este último caso 😜). Creo que parte de la frustración que podemos experimentar muchas personas (antes y durante la campaña electoral, así como inmediatamente después de los resultados electorales), podría derivarse de haber asumido el hecho de que la política se reduce a elegir a alguien que supuestamente nos “represente”. De esta forma, no necesitamos asumir responsabilidades políticas (o luchar por nuestra libertad, no la de Ayuso de «vivir a la madrileña», sino la de verdad, esa libertad que sólo puede ser colectiva y que implica responsabilidad).
En este sentido, la «nueva política» que empezó a estar en boca de algunos nuevos partidos de izquierda hace algunos años, no creo que consista sólo en una aparente modernización y mayor coherencia de los partidos políticos. Ni tampoco en una recuperación de los ideales básicos de la izquierda. Creo que sobre todo se trata de una mayor implicación y participación ciudadana, así como una renovación y democratización de las estructuras políticas, institucionales y administrativas. A diferencia de lo que piensan muchas personas (que se meten en política con muy buenas intenciones), yo creo que el cambio desde “dentro” es más difícil de llevar acabo. Al menos, si no se cambian antes las reglas del juego. Si no hay un cambio en las reglas, creo que el sistema actual está diseñado para absorber y neutralizar cualquier condición de “diferente” o anular cualquier propuesta de cambio “radical”.
También me gustaría romper cuatro mitos que creo que las pasadas elecciones (y otras elecciones anteriores) han evidenciado y necesitamos reconocer para buscar propuestas alternativas. En primer lugar, confiar en una participación electoral masiva pensando que la mayoría de personas que se abstienen son de izquierdas. En las pasadas elecciones a la Asamblea de Madrid se ha registrado el record histórico de participación electoral en nuestra comunidad, con un porcentaje de abstención del 23,75% (por debajo, incluso, del anterior record de participación en las elecciones de 1995, con un porcentaje de abstención del 26,6% -puedes comprobar estos datos y el histórico de resultados electorales desde 1977 desde argos-). En ambos casos, el partido más votado fue el Partido Popular con mucha diferencia con respecto al siguiente partido con más votos.
Es habitual que antes de unas elecciones haya personas que culpabilizan a quienes se abstienen porque tienden a pensar que votarían a un partido afín al suyo. Me temo que eso es mucho suponer. La abstención es la suma de una serie de situaciones difíciles de medir: personas que sufren algún impedimento para votar (dependientes, mayores, enfermos y personas hospitalizadas…), nacionales en el extranjero que tienen muy difícil solicitar el voto rogado, personas no empadronadas como l@s sin techo, apátridas e indocumentad@s, personas que ejercen la abstención activa como anarquistas (y que pese a ser uno de los colectivos más atacados por la “izquierda” a la hora de votar, creo más minoritario de lo que la gente piensa)… Y, lo que yo creo que supone el mayor porcentaje de abstención, personas que “pasan” ampliamente de la política simplemente por desinterés. ¿Es posible que haya sido este tipo de población abstencionista el más movilizado? Creo que así podría haber sido debido la influencia de los mensajes populistas y polarizadores de los partidos a través de una cobertura simplista de los medios de comunicación.
En segundo lugar, creer ciegamente en el actual sistema “democrático” y atribuir la responsabilidad de los resultados sólo a la ciudadanía. Los que me conocen saben que soy partidario de un sistema de control sobre los partidos políticos que no les permitiera presentarse a unas elecciones si no cumplen con unos mínimos principios éticos y garantías democráticas. No se trata de censura, si no evitar caer en un relativismo moral en el que todo vale y donde la ciudadanía se vea perjudicada. En este sentido, partidos como el PP, con numerosas personas imputadas por diferentes tramas de corrupción en los últimos años (Gürtel, Púnica, Lezo, Ciudad de la Justicia…), ¿deberían poder gestionar los recursos públicos? ¿A quiénes están representando realmente? ¿Qué intereses reales persiguen? O bien, partidos abiertamente antidemocráticos, anticonstitucionalistas y en contra de los derechos humanos como VOX. ¿Sería legítimo que tengan representación democrática? ¿Su modelo de gobernabilidad es compatible con los principios y valores democráticos?
Por otro lado, cualquier partido, en campaña electoral promete medidas y actuaciones de las que posteriormente no se suele llevar acabo ni el 20%. Pero una vez ganadas las elecciones, dan igual los compromisos anteriores por los que fueron votados porque no existe ningún mecanismo de control democrático que obligue al cumplimiento de sus promesa o a revocar su poder cuando no lo hacen.
Much@s se preguntan cómo es posible el elevado número de votos que tienen los partidos que realizan estas prácticas, pero yo me pregunto otra cosa: ¿cómo es posible que nuestro sistema les permita presentarse siquiera a unas elecciones? El cambio que creo necesitamos actualmente no pasa sólo por nuevos y “mejores” partidos y/o representantes políticos, sino sobre todo por un cambio de sistema. La “casta” no son sólo los partidos y las personas que los componen, la casta es la propia estructura institucional y organización política.
En tercer mito a romper se trata de la defensa del bipartidismo como supuesta “estabilidad política y democrática”. Durante la campaña, y tras las elecciones, he escuchado a números@s polític@s y tertulian@s defender el bipartidismo como algo positivo para la democracia por facilitar cierta “estabilidad” política. Bajo la excusa de que una mayor diversidad política se hace más difícil la gobernabilidad, se esconde realmente la falta de voluntad de pactos o la incapacidad de algun@s polític@s para gobernar en cualquier situación que no sea la mayoría absoluta (recordemos que estas elecciones han venido motivadas por la voluntad de Ayuso de querer gobernar en solitario, sin necesidad de pactos).
Esto es una completa perversión del sentido democrático, donde la diversidad es una garantía de mayor representatividad ciudadana, y donde la necesidad de pactos descentraliza el poder y actúa como mecanismo de control democrático. Al menos de momento, parece que el bipartidismo ya no es una opción, así que deberíamos mentalizarnos cuanto antes y romper con nuestra tradición de ausencia de pactos, cambios de turno político y empezar a pensar en cómo la diversidad de partidos y la necesidad de acuerdos puede enriquecer nuestra democracia. En este sentido, nuevamente la participación ciudadana, también puede contribuir a descentralizar el poder e incorporar en la política una verdadera representatividad de los intereses ciudadanos.
En cuarto y último lugar, pensar que el cambio va a venir únicamente depositando una papeleta en una urna y no haciendo nada más el resto de días que no se vota. En España, muy pocos cambios sociales importantes han venido promovidos por la política institucional, mas bien al contrario, han sido el resultado de las luchas ciudadanas. Si bien es cierto que, en ocasiones, algunos partidos políticos han incorporado o se han apropiado de propuestas de cambio social, casi siempre han venido precedidos de propuestas e iniciativas comenzadas por movimientos sociales o colectivos ciudadanos organizados. Sin embargo, al delegar toda actuación y responsabilidad política en supuestos representantes, nos hemos vuelto «quejicas» pero pasiv@s. Al llevar a cabo una verdadera praxis política (reflexión más acción), no sólo nos apropiamos de la capacidad de incidencia en nuestro entorno (algo con altos niveles de transformación social al margen de los resultados electorales), sino que además llevamos a cabo una concienciación que también tendría influencia en nuestras posturas de cara a elegir o no a nuestros representantes.
Tras estas reflexiones, creo que no es necesario esperar a l@s gobernantes para iniciar un cambio. A menudo he defendido en este blog que la política no es sólo votar cada cuatro años, una verdadera acción política transformadora implica la participación de la ciudadanía en un proyecto de vida integral: en nuestro trabajo, la familia, nuestra localidad, la educación… Independientemente de quién nos gobierne, la ciudadanía podemos asumir el protagonismo en gran parte de nuestra vida. Esto lo podemos hacer a través de un compromiso político cotidiano con nuestro entorno en el día a día y en relación con otras personas (algunas ideas y propuestas en: Alternativas para transformar nuestro mundo sociocultural).
Pero para que esto sea posible necesitamos un cambio de mentalidad sin dejarnos llevar por el populismo y el ambiente polarizador actual, cuestionando el actual papel de los medios de comunicación y reclamando una mayor ética y responsabilidad periodística en la cobertura mediática política. Creo que en las pasadas elecciones los medios de comunicación han jugado un papel determinante para movilizar al electorado e influir en su voto. Actualmente, algun@s medios han entrado y reproducido la misma dinámica populista y polarizadora de la clase política, contribuyendo a dar visibilidad y normalizar los discursos de odio, blanqueando a líderes y organizaciones antidemocráticas sin ningún tipo de cuestionamiento. Por su parte, los actuales algoritmos de Internet dificultan la objetividad y el análisis crítico de la realidad. Quizás, deberíamos fomentar el periodismo constructivo (centrado en las soluciones, el análisis riguroso, sirve de inspiración, ofrece conocimiento a la sociedad, favorece la conversación, la implicación social, tiende puentes y evita la polarización).
Este cambio de mentalidad también implica pasar del pasotismo a la acción, de la queja a la construcción, del ataque a la propuesta, de la frustración a la reflexión… Y si crees que esto es difícil, preparémonos para pagar el precio de no hacerlo.