El secuestro de la palabra

Nuestra capacidad de hablar es una de las principales características que nos hace humanos. Nos permite no sólo comunicarnos, sino también interpretar el mundo e interactuar con el entorno (y, por tanto, la posibilidad de transformarlo). Nos socializamos en un entorno que es en gran parte simbólico. Ya lo decía Nel Postman, profesor universitario y presidente del Departamento de Cultura y Comunicación de la Universidad de Nueva York, en El fin de la educación. Una nueva definición del valor de la escuela: «El mundo que imaginamos es un producto del modo en que lo describimos. Cuando construimos una frase, creamos un mundo; lo organizamos haciéndolo manejable, comprensible y utilizable«.

Pensamos con palabras y, por tanto, el lenguaje nos permite reflexionar y conocer. Así lo aseguran psicólogos como Howard Gardner, que en «Arte, Mente y Cerebro. Una aproximación cognitiva a la creatividad», asegura que la unidad básica de pensamiento humano es el símbolo (Gardner, H. 2005, p. 71). Incluso, el filosofo alemán Ernst Cassier, nos definió como «animal simbólico». Y, para otro gran filosofo como Heidegger, el hombre pertenece al lenguaje como los peces al mar o las aves al cielo.

Por su parte, José Gimeno Sacristán, profesor universitario y Doctor Honoris Causa), asegura que el lenguaje nos permite interpretar la realidad y facilita las formas dominantes de cultura y conocimiento: El lenguaje nos proporciona una forma de ver la realidad, una manera de interpretarla y de representárnosla. El lenguaje dominante traduce, pues, las formas dominantes de conocimientos y de actuación en esa realidad. No refleja un saber neutral, pues coloniza la actualidad cuando lo empleamos (Gimeno Sacristán, J. 2003).

El sociólogo Edgar Morían, en su obra «El método», en concreto el tomo 4 sobre el mundo de las ideas, va más allá al asegurar que los símbolos actúan como mediadores entre las relaciones humanas y en nuestra relación con el mundo: vivimos en un universo de signos , símbolos, mensajes, figuraciones, ideas, que nos designan cosas, estados de hecho, fenómenos, problemas, pero que, por ello mismo, son los mediadores en las relaciones de los hombres entre sí, con la sociedad, con el mundo. Y, el mismo autor, en el tomo 5 de la misma obra, reafirma esta idea asegurando que el lenguaje es una transversal en la condición humana: … el lenguaje es el disco giratorio esencial entre lo biológico, lo humano, lo cultural, lo social. El lenguaje es una parte de la totalidad humana, pero la totalidad humana se encuentra contenida en el lenguaje.

Pero, además, los símbolos y el lenguaje nos permite imaginar lo que no es y puede ser (la utopía). Según mi amigo José Domínguez, el pensamiento nos permite «inventar nuevas posibilidades de conocer y actuar, referidas al mundo personal, al mundo físico, mundo sociocultural y mundo lingüístico. Nos permite inventar valores, objetivos, metas, fines, proyectos y planes de conocimiento y acción«. De esta forma, parte de nuestra identidad personal se construye al asimilar la cultura y los valores de nuestra sociedad, gracias al lenguaje y la interpretación del mundo ligada a el mismo.

Aristóteles ya reconoce que el lenguaje es una de las principales diferencias con otros animales. Por eso, definió a la persona como “el animal que tiene lógos” y, consecuentemente, como “animal político”. Para la filosofía griega clásica el término “lógos” designa simultáneamente la idea y la palabra, el razonamiento y la palabra. Además, gran parte de la importancia del lenguaje se debe también a que es el agente socializador más importante. Nos relacionamos gracias a las palabras y otras formas de lenguaje. Es lo que nos convierte en individuos sociales. También desde Aristóteles, a través del diálogo con los demás ciudadanos, «el hombre se crea a si mismo y crea la pólis«. La función de la pólis es la socialización de los individuos concebida como una educación moral o ética.

José Domínguez, en Una perspectiva antropológica para la Educación Básica nos explica como el lenguaje contribuye a configurar nuestra inteligencia: «El lenguaje es la principal herramienta del sujeto humano inteligente. Pensamiento y lenguaje están indisolublemente unidos en los adultos humanos. Los conceptos y las palabras son dos caras de la misma realidad: los símbolos lingüísticos. Las palabras son los significantes. Los conceptos son los significados. Mediante las palabras y los conceptos podemos referirnos a todas las realidades del mundo exterior físico y sociocultural y a todos los procesos conscientes, que tienen lugar en los tres subsistemas de nuestro psiquismo: desiderativo, sentimental y cognitivo«.

Entendiendo esta importancia del leguaje, se entiende también el interés de los grupos de poder político y económico de apropiarse de determinadas palabras para comunicar, convencer, persuadir y manipular. Hoy día no nos extraña oír a políticos emplear en sus discursos palabras como libertad, igualdad, democracia, paz, tolerancia… Aunque su intención real sea contraria al significado de estos términos. Lo que se busca es despertar en la ciudadanía emociones positivas y asociar a la figura política o económica una serie de valores universalmente válidos. Detrás de esta manipulación, además, hay otro efecto perverso. Estas palabras se terminan vaciando de contenido y los movimientos sociales dejan de usarlas porque nos empiezan a «chirriar» y nos vemos en la necesidad de reconvertir nuestros discursos y argumentarios, viéndonos en la obligación de desmentir y re-justificar una y otra vez en lugar de avanzar y profundizar en un discurso y pensamiento más complejo.

En otras ocasiones, se prefiere emplear eufemismos para manipular y edulcorar la realidad. Por ejemplo: recesión económica, daño colateral, flexibilidad laboral, copago, devaluación competitiva del salario, políticas de austeridad… Por un lado, esta terminología críptica hace menos comprensible la realidad o la situación a la que se esta haciendo referencia. Y si no podemos comprender algo, difícilmente podremos analizarlo de forma crítica. Por otro lado, ofrece la oportunidad de presentar de forma «rebajada» o «maquillada» una situación negativa o el nivel de gravedad de situaciones que pudieran ser injustas para una mayoría social.

Otras veces, en sus estrategias de manipulación, en lugar de usar palabras políticamente correctas, se usan contra otras personas y organizaciones descalificativos a través de la metonimia, la hipérbole y la exageración. Por ejemplo, cuando Vox llamó «paguita» al ingreso mínimo vital, cuando se califica las feministas de «feminazis», cuando se tacha de «radicales» a las personas y movimientos antisistema… Esto, además de polarizar y crispar los ánimos de la ciudadanía (y rebajar el nivel de reflexión), termina imponiendo los términos que marcan la agenda de los medios de comunicación.

Precisamente, los medios de comunicación, cuando tienen que dar cobertura informativa de todos estos discursos, son una parte importante de la ecuación. Si quienes nos muestran y describen la “realidad”, lo hacen con un lenguaje determinado y a través de determinados mensajes o imágenes, podrán influir en los temas y conceptos con los que interpretamos el mundo, así como en los términos con los que reflexionamos. Y es que, quienes nombran la realidad, tienen una enorme responsabilidad al controlar la forma en que percibimos y entendemos el mundo.

Los grupos de poder político y económico creen que controlando el lenguaje podrán controlar, al menos en parte, nuestra forma de pensar y actuar. Como decía Orwell: “si el pensamiento corrompe el lenguaje, el lenguaje también puede corromper el pensamiento”. No en vano en su obra 1984 llamó “neolengua” al idioma que hablaban los personajes que servían al régimen totalitario para construir una realidad adecuada a sus intereses ideológicos.

Por su parte, para Susan George y Roger García Lenberg, en el artículo Manipular el lenguaje para manipular la política en la actualidad, «hay un nuevo ataque al lenguaje por parte de los poderes económicos y políticos neoliberales, que ha sido minuciosamente preparado y puesto en práctica a través de los medios de comunicación controlados por ellos. El objetivo es subvertir el significado real de las palabras para poder modificar la realidad a su antojo y ganar la complacencia de los ciudadanos, que perciben como positivas políticas muy perjudiciales para la igualdad y el bien común«.

También, para Ivan Ilich, las personas poderosas, realizan un uso instrumental de la palabra de forma interesada para manipular, hacernos ignorantes o engañarnos: «Las palabras que nos damos para decirnos lo que hacemos, lo que somos, lo que vivimos, son realmente el vehículo de expresión, los lugares, los modos en los que podemos vivir, ser y hacer. Nos lo jugamos todo con las palabras. Y vivir en sociedad es estar rehaciendo constantemente nuestras palabras de tal manera que digan, abran, desplacen o recreen aquello que somos. Y esto vale tanto para la vida personal como para la vida colectiva. La expropiación de las palabras ha sido algo con lo que ha jugado siempre el poder. Desde dejar al pueblo en la ignorancia, en la total distancia con respecto a cualquier saber, hasta la actual que yo diría que es el otro extremo, saturarnos de comunicación y palabras vacías para que no podamos decir nada».

Pero no pretenden sólo apropiarse de la palabra y del pensamiento a través de un uso instrumental e interesado del lenguaje. También se criminaliza y se persigue el uso de las palabras cuando se emplean contra sus esfuerzos para construir un pensamiento único. Por eso podemos entender la censura actual a través de la persecución y la represión, o el silenciamiento, sufrido por parte de algunos cantantes, actores y actrices, autores e intelectuales… o la propia ciudadanía en general cuando se expresa en las redes sociales con mensajes contrarios a sus intereses. Sobra decir que no incluyo aquí de discursos de odio, que entiendo que deben ser perseguidos, sino simplemente los mensajes más o menos radicales dirigidos contra las élites económicas y políticas.

Por eso es importante volver a apropiarnos de la palabra. Como dice el grupo Habeas Corpus, a las cosas por su nombre. En experiencias como el 15M pudimos encontrar un reapropiamiento de las palabras ejemplar. Como nos comenta Wyoming en su libro de entrevistas No estamos solos, «La manera como en el 15M se dio tiempo a la gente, en las plazas, para que tomara la voz, de formas diversas. La importancia que se dio a la escucha, no hay palabra sin escucha». Los poderes económicos y políticos sólo hablan, no escuchan. Pero ya hemos dicho que todas las personas somos hacedoras del mundo al tejer la palabra. Por eso es importante que en los contextos educativos incorporemos procesos y mecanismos para conocer todo lo que hay detrás de la narrativa del lenguaje humano y comprender su transcendencia en los procesos de reflexión-acción.

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