Se ha convertido en algo común. Se crea un grupo de trabajo y acto seguido alguien crea un grupo de WhatsApp (o Telegram) para mantener la comunicación interna. Sin embargo, cuando se empieza a usar aparecen los primeros problemas que no permiten un adecuado trabajo en equipo: no todas las personas participan por igual, se dan conflictos de disponibilidades, no se leen las últimas aportaciones y se pregunta algo ya escrito, hay confusiones y malentendidos, se pierden las formas, las pocas personas que tiran del carro se queman, se mezclan diferentes temas, no se cierran algunas cuestiones o se dilatan en el tiempo acumulando temas pendientes, una decisión ya tomada es cuestionada con posterioridad…
Al fin y al cabo, ninguna herramienta TIC debería empezar a usarse sin un proceso previo de consenso y normativización por quiénes deben mantenerse en contacto: para que se va a usar y para qué no, qué se puede publicar y qué no, qué formatos de publicación son válidos (por ejemplo si se permitirán audios o no, o estipular una extensión máxima por mensaje), que plazos se pondrán para determinadas decisiones… Así que, si vas a usar herramientas como Whatsapp o Telegram, te recomiendo que normativices su uso previamente antes de abrir cualquier grupo. Aquí te dejo con este post donde comparto algunas Claves para mejorar la comunicación en grupos de mensajería instantánea.
Pero en este post quiero realizar otro tipo de reflexión, cuestionando de antemano la supuesta idoneidad de usar siempre este tipo de herramientas en muchos de los casos en los que suele ser habituales. Para ello he recopilado una serie de argumentos que espero sirvan para un reflexión crítica. Es importante no descartar de antemano que en muchos casos será más conveniente tener una reunión (presencial u online, que permita terminar la reunión con decisiones tomadas, tareas repartidas y todas las personas participen por igual), mantener contacto por otros medios como el mail (que podría respetar más nuestra disponibilidad y requiere de otros tiempos de respuesta), usar plataformas de trabajo colaborativo… por poner algunos ejemplos (como hemos comentado, cualquier herramienta debe venir precedida de una identificación de necesidades, así como de un proceso deliberativo para justificar y normativizar su uso). Vamos al lío!
El mito de lo inmediato y lo urgente como supuesta ventaja en la comunicación o los procesos de participación. El primer argumento que suele salir a la hora de justificar el uso de grupos de mensajería instantánea suele ser que permite una comunicación inmediata. Pero, ¿esto esto necesariamente una ventaja? La supuesta inmediatez va en contra de los tiempos necesarios para la participación y la reflexión de las diferentes personas. Contestar a mensajes de forma rápida, sin querer hacerlo en muchos casos, nos pille como nos pille en cualquier momento o en cualquier lugar, no favorece realizar aportaciones con un mínimo de concreción para llevar a cabo un debate productivo. Ni tampoco poder matizar las aportaciones para aclarar las cosas. Y, por tanto, a menudo los debates se alargan, se generan confusiones y malentendidos, no se cierran las decisiones que se deben tomar… Al fin y al cabo las herramientas de mensajería instantánea no se han diseñado para fomentar la participación (tal y como entendemos la participación las organizaciones y movimientos sociales). Su uso se ha masificado por las comodidades que ofrece a nivel individual, cuando la participación requiere de momentos colectivos que respeten las diferentes disponibilidades, así como de tiempos que permitan reflexionar y aportar sin prisas ni de forma precipitada.
Además, hay peligro en dan valor e incluso normalizar la inmediatez. En un contexto en el que los valores liberales pretenden educarnos en la inmediatez sin esfuerzo ni responsabilidad, ¿podrían estar este tipo de herramientas cumpliendo algún papel en este sentido? ¿Podría ser la inmediatez en la comunicación un valor para el capitalismo informacional?
Por otro lado, y relacionado con la inmediatez, a menudo también se generaliza y se normaliza la urgencia. Lo normal es que algo urgente venga justificado por su carácter de ser algo puntual no previsible ni dependiente de factores que podemos controlar. Sin embargo, cuando se analizan muchas de las cuestiones que se presentan como urgentes son, en la mayoría de casos, temas que no se han querido abordar con anterioridad o no se han planificado. Por tanto, se deben a una falta de voluntad y comodidad a la hora de planificar y abordar los temas a tratar con una lógica previsión.
El mito de la propia inmediatez en la mensajería instantánea. Acabamos de cuestionar la inmediatez como una supuesta ventaja en los procesos de comunicación y participación. Pero, además, es que esa inmediatez es falsa. Aunque justifiquemos su uso bajo esta excusa, lo habitual es que los mensajes no se contesten de forma inmediata, que lleguen en momentos inoportunos, que la mayoría de las personas no contesten… Y, todo esto hace que cualquier cuestión urgente e importante se dilate en el tiempo, no se cierre o en su toma de decisiones no haya participado todo el mundo. En cualquier caso, cuando la inmediatez se da, también puede ser peligrosa al generar un precedente y que las personas esperen que contestemos siempre de forma inmediata.
El tema de la comunicación inmediata es uno de los aspectos que más ha podido influir en el tipo de comunicación que se ha favorecido un contexto de posmodernidad. Es interesante el análisis que hace Hargreaves (1996) de las consecuencias de la comprensión del espacio y del tiempo en la sociedad posmoderna:
- Puede despertar expectativas de velocidad y de respuesta rápida a un nivel tal que la toma de decisiones puede hacerse de forma precipitada y conducir a errores, por superficial e ineficaz, creando organizaciones que son conglomerados caóticos más que mosaicos móviles.
- Puede multiplicar la innovación, acelerar el espacio de cambio, y acortar el tiempo de desarrollo de modo que la gente experimenta sobrecarga y culpabilidad inaguantable e incapacidad para encontrar sus metas.
- Puede orientar a la gente a concentrarse en el aspecto estético del cambio o de la actuación, más bien que en la calidad y sustancia del cambio o actuación en sí mismas.
- Puede exacerbar la incertidumbre al incrementarse el conocimiento, su diseminación y su aplicación de modo continuo y de forma irresistible.
- Puede erosionar las oportunidades para la relajación y reflexión personal, conduciendo al incremento del estrés y a la pérdida de contacto con los propios propósitos y metas.
- Puede poner tal refuerzo en el desarrollo de técnicas nuevas y en la realización de cambios inmediatos, que se disminuye la importancia o se sacrifican enteramente las propuestas más complejas, menos visibles, a más largo plazo y menos medibles.
Existen multitud de barreras de comunicación que dificultan el debate y el intercambio de información. A menudo habrás comprobado que un comentario irónico no se entiende y genera malentendidos, lo que era una pregunta parece una afirmación (y viceversa), una aclaración o respuesta parece un ataque o que alguien se pone a la defensiva… Este tipo de problemas se dan cuando nuestra comunicación no recoge el tono de las expresiones, el lenguaje corporal, no tiene en cuenta el contexto en el momento de realizar aportaciones… Y, por tanto, se dificulta el entendimiento y los matices necesarios para la comprensión de los mensajes. La mayoría de respuestas son tan cortas como generales, habitualmente no quieren ser escritas ni leídas, y así que difícilmente van a poder resolver cuestiones concretas.
El malestar de las notificaciones. Las notificaciones de nuestros dispositivos son, a menudo, inoportunas y nos distraen o dificultan la concentración cuando estamos realizando otras tareas. Esto es así con la mayoría de apps que tenemos en nuestros dispositivos y que también nos mandan notificaciones. Sin embargo, se da en mucha mayor medida en los programas de mensajería instantánea, donde recibimos una media de más de 27 mensajes al día. Si bien es cierto que podemos desactivar las notificaciones, para evitar otros problemas es es algo que nuestros contactos deben saber y esperar de nosotr@s. En cualquier caso, si no gestionamos bien las notificaciones pueden llegar a provocar estrés e incluso comportamientos adictivos.
WhatsApp no respeta nuestra privacidad. Desde el momento que tenemos WhatsApp, al estar ligada a nuestro teléfono, cualquier persona que nos tenga en su agenda podrá contactar con nosotros. Es más, si nos añaden a un grupo, todas las personas de ese grupo tendrán acceso a nuestro teléfono aunque no nos tengamos en la agenda. En otras aplicaciones como Telegram podemos crearnos un usuario propio para no usar el número de teléfono y elegir a quien damos dicho usuario. Por otro lado, aunque desde WhatsApp aseguran que cifran los mensajes, la realidad es que se han filtrado informaciones en varias ocasiones o han sufrido hackeos en los que se han recopilado datos de las personas usuarias. De echo, Meta (empresa dueña de Facebook, Instagram y WhatsApp), se ha visto en vuelta en varios escándalos relacionados con los datos personales de las personas usuarias de sus plataformas en numerosos casos. También en este aspecto, otras herramientas como Telegram han demostrado ser más seguras.
Dificultades en la sistematización de la información. En los grupos de WhatsApp la información se puede perder fácilmente entre múltiples conversaciones y mensajes. Encontrar una información concreta puede llevar tiempo y, a veces, no podremos buscar una información concreta en función del formato (por ejemplo un audio o el texto dentro de un documento o imagen).
Dificultad para separar el trabajo (u otros ámbitos) y la vida personal. La mezcla de conversaciones de trabajo y personales en WhatsApp puede dificultar el equilibrio y la sana separación entre ambos ámbitos.
WhatsApp contamina enormemente y aumenta nuestra huella ecológica. Añado este último aspecto por realizar un análisis crítico integral, incluyendo el impacto de nuestro uso de las TIC en el Medio Ambiente. En realidad, todo uso de Internet consume mucha electricidad. Cualquier plataforma web o aplicación implica, no sólo el consumo energético del dispositivo que usamos, sino sobre todo el del operador que nos da Internet y los servidores con los que interactuamos para enviar o recibir información, que requieren estar en funcionamiento las 24 horas del día. Los centros donde se ubican los servidores requieren enormes cantidades de agua y combustibles fósiles contaminantes (carbón, gas, petróleo y nuclear) para funcionar y refrigerarse. Esto no es algo exclusivo de WhatsApp, pero en la medida que las plataformas que usemos tengan mayor tamaño, sean usadas por más gente, desde más dispositivos, durante más tiempo… requerirán más y mayores servidores. Tal y como señalan algunos estudios, las TIC suponen el 7% de toda la electricidad que se consume en el mundo. Se estima que enviar un WhatsApp emite 0,2 gramos de CO2 (1.300 WhatsApps equivaldrían a un kilómetro recorrido en coche). Aunque la mensajería instantánea contamina menos que otros usos de Internet (como las plataformas de Streaming, las videoconferencias o los videojuegos online), al ser usadas de forma masiva diariamente, siguen teniendo un alto impacto en nuestra huella ecológica. Según el portal Greentology cada minuto se envían 38 millones de mensajes. Considerando el promedio de mensajes mandados por día, se contamina alrededor de 1.4 mil millones de gramos; es decir, se emiten 1,400,000 kilogramos de dióxido de carbono. Esto representa 511,000 toneladas al año. Estos mensajes contaminarán más aún dependiendo del formato: un mensaje de audio, un vídeo, enviar varias imágenes, un gif animado… contamina más que un mensaje de texto simple.
¿Qué te parecen estas reflexiones? ¿Estás de acuerdo? ¿Es WhatsApp siempre la mejor opción?