Vivimos momentos difíciles y de incertidumbre a causa del coronavirus COVID-19. Las reflexiones y el posicionamiento que adquiramos a partir de esta situación determinarán nuestro futuro más inmediato. Por ello, es vital que hagamos a una lectura compleja y, al mismo tiempo, cuidada y respetuosa, de la realidad que nos está tocando vivir. Si no salimos de esta situación siendo más (auto)crític@s y responsables, serían injustas las pérdidas y sacrificios de muchas personas.
En mi propia labor de reflexión personal, cuando veo mi entorno más cercano, hablo con familiares y amig@s, reviso los posts en redes sociales, leo artículos en Internet o veo/escucho noticias en los medios, no pudo evitar pensar y sentir algunas situaciones injustas o que me generan miedos. Pero, al mismo tiempo, toda crisis implica también nuevos contextos y posibilidades (y responsabilidades) de cambio. Es aquí donde se entra en juego nuestros aprendizajes, los cambios en nuestras vidas y los compromisos que adquiramos para que esas posibilidades de cambio se materialicen en acciones para construir un mundo mejor.
Problemas reales y miedos posibles
Esta situación ya está agravando algunos problemas sociales a los que se les debería dar una respuesta urgente para proteger a las personas y colectivos más vulnerables: mujeres maltratadas encerradas con sus agresores, personas mayores marginadas y excluidas, personas sin recursos, personas con algún trastorno de salud mental, personas con adicciones… No se nos puede olvidar que hay grupos y colectivos sociales a los que esta situación les coloca en una situación de mayor desprotección y riesgo (aunque estén siendo menos visibilizadas en la cobertura mediática).
Otro de los peligros sería olvidar otros problemas graves e injusticias que siguen teniendo lugar en el mundo y que han perdido visibilidad (al menos en la mayoría de la cobertura mediática): Siguen habiendo otros problemas graves de salud y sanitarios en la mayoría del mundo, guerras y conflictos, hambrunas y pobreza en los países explotados por el primer mundo, sigue habiendo una crisis medioambiental y una emergencia climática… Aunque es normal que durante una crisis nos centremos en las emergencias diarias de sobrevivir a esa crisis, nuestro reto ahora es múltiple porque debemos hacer compatible afrontar el problema actual y, al mismo tiempo, seguir luchando contra cualquier injusticia y problema local o global.
El riesgo a una grave crisis económica y una fractura social también es evidente. El capitalismo nos ha colocado en esta crisis con un punto de partida basado en la desprotección. Durante años, se ha primado por los intereses económicos por encima del bienestar de las personas y la calidad de las instituciones públicas. Si bien es cierto que se están anunciando medidas proteccionistas contra los despidos, las pérdidas de las empresas, la situación de las personas autónomas… tengo el miedo de que no sea suficiente o, sean sólo medidas temporales para una vuelta lo más temprana posible al sistema capitalista (que necesita de consumidores/as y se aprovecha de la precariedad) sin atacar sus bases y estructura.
Otro de mis miedos tiene que ver con la centralización de poder, los posibles recortes de derechos y el aumento de la vigilancia y la represión. Con la excusa legitima de la seguridad o apelar a la salud universal, tengo miedo que se justifiquen acciones y medidas que vayan en contra de los derechos humanos y/o los derechos básicos de las personas (libertad de expresión, privacidad personal, libre circulación, asociación, libertad de pensamiento…). Un ejemplo de esto es el aumento del abuso policial al amparo del Estado de Alarma, o propuestas como el DNI vírico o pañuelos para marcar quién puede salir o no. Miedo también a que los posibles recortes a nuestras supuestas libertades sienten precedente para su continuidad una vez superada esta crisis. Como ha dicho Naomi Kleim: son las condiciones perfectas para que los gobiernos y la élite global implementen agendas políticas que de otra manera se encontrarían con gran oposición si no estuviéramos todos tan desorientados.
También tengo miedo a que esta situación refuerce y facilite una recuperación de la legitimidad de instituciones en crisis y que necesitan actualizarse, como partidos políticos, organismos internacionales o sectores como la educación. Todas estas instituciones han visto modificada su actividad «normal» sin previa planificación. Aunque la necesidad de modernización y renovación era evidente, todas se han visto obligadas a cambiar su forma de funcionar y a desarrollar nuevas sus acciones de forma urgente, perdiendo la oportunidad de revisarse ni planificar el cambio coherente con las necesidades de la sociedad actual. Deseando la vuelta a la normalidad, podríamos contentarnos con como se hacían antes las cosas, cuando antes ya eran instituciones caducas.
Este contexto, supone también un entorno donde se puede favorecer el ascenso de organizaciones fascistas y violentas. Durante los contextos de crisis, a lo largo de la historia, las organizaciones fascistas han aprovechado para posicionar discursos que no ofrecen una solución real a los problemas sociales, pero son fáciles de asumir desde los sentimientos de frustración, cabreo, decepción, miedo, pesimismo… Por lo general, suele ser un discurso populista, racista, conservador, homófobo, patriarcal, represivo y autoritario. Actualmente, además, hemos llegado a esta crisis en un momento en el que ya estaban en auge algunas organizaciones fascistas que han ido ganando una mayor representatividad en las instituciones políticas en diferentes territorios.
Pero los discursos de odio relacionados con los sentimientos como el pánico, la frustración o la incertudumbre, no sólo provienen del oportunismo de organizaciones fascistas. También son discursos que comienzan a permear en la propia ciudadanía. En los últimos días hemos podido ver en las redes sociales vídeos de ciudadan@s atacando a otros ciudadan@s de forma violenta y desproporcionada. La defensa del confinamiento no debiera derivar en actitudes de odio entre la ciudadanía en un momento en el que necesitamos de la solidaridad. Ya son varias las denuncias ante los llamados «policías de balcón» de personas que han sufrido insultos, les han tirado huevos u otros objetos. La inmensa mayoría de personas nos estamos comportando de forma responsable y, aún reconociendo que existen personas que se saltan el confinamiento de forma irresponsable, habría que reflexionar sobre el papel que realmente cumplimos al asumir este rol violento y qué se esconde realmente detrás del mismo, así como si es posible hacer una labor de sensibilización más pedagógica. Creo que a esto también contribuye el lenguaje bélico que se está empleando por parte de algunos políticos y periodistas.
Otro de mis miedos tiene que ver con los posibles desequilibrios emocionales y psicológicos de una mala gestión del aislamiento. Un periodo largo de confinamiento puede generar reacciones emocionales como miedo, ansiedad, desconfianza, ira, depresión… que nos hagan entrar en un círculo vicioso en el que nos vemos afectados a nivel emocional, fisiológico, cognitivo, y/o conductual. Esto implica también el riesgo de perder lazos sociales y afectivos (sobre todo por parte de las personas que vivimos solas), que en momentos de crisis son importantes para un correcto equilibrio emocional. Como recomienda el Colegio Oficial de Psicólogos, mantener el contacto con los demás nos protegerá psicológicamente de sufrir ansiedad, depresión y otros trastornos que podrían ocasionarse debidos al confinamiento.
Pero, quizás uno de mis principales miedos, es que no hagamos una lectura crítica de la realidad que nos está tocando vivir. El factor más evidente que podría dificultar el necesario ejercicio de reflexión y (auto)crítica es la actual cobertura mediática de la crisis del coronavirus. Asistimos a una sobreexposición informativa en la que abunda mas la cantidad que la calidad. Se repiten constantemente los mismos mensajes sin profundizar en los análisis (por no mencionar los mensajes que directamente están manipulados o son falsos). La crisis nos ha venido tras años de recortes en sanidad y una situación laboral precaria para muchas personas y, al mismo tiempo ,esta crisis ha puesto de manifiesto la escasa resiliencia y la fragilidad del sistema capitalista actual. Sin embargo, este tipo de análisis no abundan en los medios de comunicación. Para hacer una lectura crítica de la realidad, es necesario que cualquier problema no se descontextualice de su historia y del entorno más global donde tiene lugar.
Oportunidades y esperanzas
Si has llegado hasta aquí y sigues leyendo, no quisiera parecer pesimista y paranoico. Al reconocer los peligros y situaciones injustas, así como compartir mis miedos, mi principal intención es reflexionar y motivar a la acción, así como posicionarnos responsablemente. No sólo durante el actual contexto de crisis, sino para mejorar nuestros estilos de vida y nuestra relación con el resto de la biosfera una vez pase este periodo.
Una de las oportunidades que surgen de forma recurrente en contextos de crisis es la capacidad de autoorganización de la ciudadanía al margen de las instituciones políticas y organismos oficiales. En algunos barrios estamos asistiendo a redes de apoyo solidario, redes de apoyo psicológico, cajas de resistencia, voluntariado, construcción y donaciones de materiales diversos (como los de las comunidades de makers con impresoras 3d)… Esta capacidad y creatividad a la hora de autoorganizarnos en comunidades de personas demuestra la necesaria interdependencia de las personas para sobrevivir, y acaba con la falacia del darwinismo social y la lógica competidora e individualista del capitalismo. Ya he hablado otras veces sobre la construcción de alternativas para transformar nuestro mundo sociocultural. Quizás este tipo de espacios e iniciativas deberían mantenerse siempre como espacios de autonomía, empoderamiento y escuelas de ciudadanía.
También deberíamos salir de esta crisis habiendo interiorizado la importancia de contar con sistemas públicos y de calidad en cuanto a Sanidad, Educación, Servicios Sociales, transporte público, energía… así como la necesidad de proteger e invertir en ciencia, el sector primario, el trabajo de cuidados… Ahora es evidente su importancia, pero todos esos servicios y sectores se han ido recortando, precarizando y privatizando, primando su rentabilidad económica por encima de la calidad y el acceso universal. Unos servicios públicos de calidad y de acceso universal son esenciales para garantizar muchos derechos básicos y proteger a la ciudadanía. Como recomiendan algunas de las propuestas de Ecologistas en Acción, a partir de ahora se deberían aumentar los presupuestos y revertir los procesos de privatización y externalización de los servicios públicos; y aumentar los ingresos del Estado a través de medidas fiscales que repercutan en las grandes fortunas (las diversas donaciones millonarias de Amancio Ortega en los últimos 4 años no superan los impuestos eludidos por Inditex en ese periodo).
También en este contexto, y una vez más, el feminismo se muestra como la única salida posible a la crisis civilizatoria en la que estamos inmersos. Son los colectivos con mayor presencia de mujeres (sanidad, educación, servicios sociales, limpieza…) las que, de nuevo, más se están sacrificando por luchar contra esta crisis. Poniendo en valor la ética del cuidado para superar esta crisis, deberíamos incorporar y mantener una perspectiva ecofeminista en todas las esferas y sectores de la sociedad: economía, sanidad, educación, investigación, medio ambiente…
Nuestro estilo de vida hasta ahora también ha estado inspirado en los modos de vida capitalista basados en, por un lado, la falacia del crecimiento ilimitado en un mundo finito y, por otro lado, la satisfacción inmediata pero pasajera (y por tanto nunca satisfecha) del consumismo: gastar y consumir más de lo que necesitamos, agotamiento de materias primas y dependencia de combustibles fósiles, una movilidad poco sostenible… El capitalismo va en contra de la salud de las personas y de la sostenibilidad ecológica. Se presenta así la necesidad de aprender a vivir mejor con menos.
Por otro lado, el confinamiento y la obligación de cambiar nuestros estilos de vida durante este periodo podría hacernos experimentar otras formas de estar en casa, de convivir, de relacionarnos con nuestra familia… Tenemos la oportunidad de corresponsabilizarnos de las tareas de mantenimiento del hogar y de la crianza, aumentar nuestra soberanía alimentaria siendo conscientes de lo que comemos y lo que compramos, planificando nuestro tiempo de ocio y trabajo de una forma saludable y responsable…
Haciendo un énfasis especial en las familias, el confinamiento también nos ha obligado a revisar los modelos de crianza. Hemos comenzado afrontando esta crisis desde modelos familiares dentro de lógica capitalista donde los padres y las madres necesitan trabajar y pasan menos tiempo con sus hij@s. A menudo están cansad@s y agotad@s por los ritmos de trabajo y una vida estresante, por lo que no apetece jugar o salir con los hij@s. También hay familias que reconocen tener dificultades para establecer normas y límites. Sin embargo, el confinamiento ha obligado a muchas familias a convivir a tiempo completo con sus hij@s, obligando igualmente a superar conflictos, separar los momentos de trabajo y familia, establecer normas y límites en algunos aspectos como el uso de las pantallas, apoyando en las tareas escolares, jugando y compartiendo momentos de ocio, aprender a gestionar el aburrimiento, siendo creativ@s en tareas y actividades compartidas… Pese a todos los conflictos y problemas que puedan estar viviendo las familias (soy consciente de que no esta siendo nada fácil), este tiempo compartido y la gestión de conflictos en familia nos permiten recuperar cierto «empoderamiento familiar» en contra de los modelos de crianza capitalistas, así como convertir a padres y madres en los principales referentes educativos.
Relacionados con estos posibles conflictos, así como otros posibles problemas psicológicos y emocionales derivados de la situación de confinamiento, nos obligará a gestionar nuestras emociones y las de las personas que nos rodean. En este sentido, deberíamos desarrollar y entrenar nuestra inteligencia emocional, un aspecto para el que no nos han educado.
También estamos siendo testigos de una situación educativa sin precedente, en la que los centros escolares se han visto obligados a continuar con su actividad docente por medios telemáticos creando una ficción educativa. El sistema educativo español no se caracteriza precisamente por estar fuertemente tecnologizado (a pesar de la inversión en recursos tecnológicos de los últimos años). La competencia mediática apenas se ha trabajado y la formación y experiencia docente no sobresale por sus capacidades digitales. Todo esto ha hecho que el colectivo docente esté realizando un enorme esfuerzo por adaptarse a los requerimientos e imposiciones de la administración pública. Por tanto, me parece necesario reflexionar no sólo sobre los métodos de enseñanza, sino también sobre los fines educativos. Si, además, las TIC van a jugar un papel determinante como en el contexto educativo actual, también es necesario una alfabetización crítica en la educación, así como una pedagogía crítica mediada por estas TIC.
Y, hablando de las TIC, desde que se declaró el Estado de Alarma se han disparado los usos de Internet, sobre todo en cuanto a las redes sociales y los programas de mensajería. Incluso, en algunos casos, personas dentro de alguna brecha digital como las personas mayores, se han descubierto realizando videoconferencias con sus hij@s o realizando trámites telemáticos como compras online. Sería maravilloso reconducir este uso masivo de las TIC en cierta capacidad de apropiamiento tecnológico, para contribuir de forma responsable, crítica y sostenible a su desarrollo y evolución, e influyendo en todo el ciclo de vida de la tecnología.
Este uso masivo de las redes e Internet también han intensificado las prácticas de periodismos ciudadano, de libertad de expresión, así como los procesos de participación y coordinación online (para nosotr@s no es nada nuevo, ya pusimos en práctica esto de forma intensiva durante el 15M). Por contra, debemos huir de las tecnologías que supongan mecanismos de control, ataquen nuestros derechos básicos o contribuyan a la desinformación como los bulos y las fake news. Los usos críticos y responsables de las TIC, también contribuyen a que seamos más crític@s con la información que recibimos de los medios de comunicación.
En otro orden de cosas, echar de menos salir a la calle o disfrutar de la naturaleza, debería hacernos interiorizar la importancia de valorar, cuidar y respetar los entornos naturales y el medio ambiente. Incluida la sobreexplotación animal (quizás es un buen momento para recordar que una de las principales teorías sobre el origen de esta pandemia, así como de otras pandemias y enfermedades, es el consumo animal).
Por último, pensando en un posible colapso civilizatorio, este escenario impone también la necesidad de entrenar nuestra capacidad de resiliencia. Esta crisis se suma a otras que venimos arrastrando y que seguiremos viviendo: crisis económicas, situación de emergencia climática, crisis de energías fósiles, crisis de cuidados… De cómo seamos capaces de responder a esas crisis dependerá nuestra propia supervivencia. Todas las formas de apoyo mutuo y solidaridad que se ponen en marcha en los contextos de crisis, suponen importantes espacios de aprendizaje y reconocimiento de nuestra interdependencia.
Y ahora tú, ¿Qué miedos tienes? ¿Y qué oportunidades ves?